miércoles, 12 de diciembre de 2018

El Último Jardín



La última noche del verano es perfecta. 
Ha coronado el jardín y esta vez ha llegado repleta de estrellas. 
Se derrama sobre este lugar de hiedras, azaleas y bancos de piedra, transformando todo lo que toca en un rincón sacado de un cuento de hadas. Las “damas de noche” se han abierto ya y al abrazar el aire lo han perfumado con el aroma que deberían tener todos los amores. 

Nada se mueve en este hogar de hierbas y árboles. Tan solo el agua que brota de la vieja fuente de piedra, situada en el centro, rompe la quietud del lugar, y aun así, el agua se mantiene respetuosa susurrando cada uno de sus chapoteos. El jardín es tan solo un círculo pequeño dentro de otro más grande y en su centro está la fuente. En su cenit, un ángel con un ala rota, vierte el agua desde un cántaro y bajo él, otros querubines juguetones parecen recibir el agua con regocijo. 

Rodeando a la fuente descansan cuatro ajados bancos de piedra y junto a cada uno de ellos nace un sendero que acaba uniéndose al camino de tierra que forma el círculo exterior allá, junto al muro que rodea el jardín. Son cuatro pequeños caminos bordeados por hierba, árboles y flores.  En una de las pequeñas islas que forman dos de los senderos, la vegetación es más pobre, pero tan solo por el hecho de que en ella descansa lo que en otro tiempo era una pequeña caseta de aperos de jardín, ahora ya erosionada por el tiempo y con agujeros en el tejado. La hiedra recorre lo poco que queda de sus paredes, como venas que abrazan cada grieta, como si pretendiera insuflarle el último hálito de vida a la vieja madera. 

El jardín tiene una sola entrada, una gran cancela de dos hojas de hierro forjado se abre en el muro como un bostezo. El metal dibuja espirales que acaban en racimos oxidados de uvas y hojas de parra. Y en la noche más hermosa, la noche que ha llegado vestida de gala con estrellas por lentejuelas y un pasador con forma de luna llena prendido de su pelo oscuro, la cancela se abre y en el aire se abre una grieta con un chirrido de herrumbre y polvo. Los goznes de hierro parecen protestar cansados, como un anciano que ha de levantarse de un cómodo sillón…

(Muerta)

El pensamiento del hombre parado en el umbral parece detener el tiempo. Si hubiera algún testigo que pudiera verlo pensaría que aún no ha decidido si entrará o no. La silueta del hombre se recorta nítida y clara gracias a la luz de la luna. Sus brazos cuelgan lánguidos y su rostro se esconde cabizbajo, perdiéndose así la primera oportunidad de contemplar el bello cuadro que se extiende ante él. Pero no importa, nada importa. Este hombre que espera su propia decisión, ha permitido que su rabia le cegara. No ve las estrellas que iluminan el cielo, para él no existe el firmamento. No percibe el perfume embriagador que lo acaricia desde que llegó al jardín, pues no existen aromas o esencias en el mundo. No existe la belleza que ante él se extiende, y es que sus ojos la negarán, una y otra vez...hasta convertirla en otra verdad que esconderá tras un velo vaporoso.

(Muerta)

El hombre levanta la cabeza y su mirada, como una saeta envenenada, se clava en la fuente. El agua con su murmullo acaricia sus oídos. Sentidos y mente al fin despiertan. Vuelve atrás a las noches que tenían color, aquellas que sí poseían aromas que le embriagaban tanto como el vino que...Entonces, en la balsa de sus recuerdos, la ve. La ve sentada de nuevo al borde de la fuente. Aquella noche, la noche del vino, su vestido blanco convirtiendo el espacio en el aire claro y limpio de los sueños. La ve sentada, aguardándole con dos copas en la mano derecha y los dedos de su mano izquierda diciéndole "Ven". Sonreía. Sus ojos rivalizaban con los luceros. La noche del último jardín, la hierba olía a rocío y flores dormidas, pero para el hombre aquel aroma provenía de ella misma, y su perfume era la invitación más perfecta. Y en aquel entonces él también sonrió.

(Muerta)

El hombre escapa de sus recuerdos con tres parpadeos, como apartando un sueño. Sus pies, ajenos a su razón, han estado caminando lánguidos hasta la fuente. Mira el ángel que vierte agua desde su pequeño cántaro, y al levantar el rostro la luna consigue al fin dar forma a su cara: Tal tristeza y dolor pocas veces fue vista por el firmamento. La pena de sus ojos rompe el tiempo y sus mareas. Círculos oscuros rodean su mirada de hebras rojas alrededor de sus pupilas. No hay alma en este rostro. No hay vida en la barba desaliñada. No queda ilusión en sus mejillas enjutas...El ángel sin ala continúa derramando el agua, eternamente…para siempre…Infinito. El hombre vuelve a bajar la mirada y esta se fija en el hueco que una vez ocupó ella sobre el borde de la fuente, y como atraído por un invisible magnetismo se sienta en él. Cuando sus brazos se apoyan sobre las rodillas y sus ojos se clavan sobre la tierra. Entonces, como si cada una de las partículas que forman su cuerpo hubieran esperado ese exacto momento,  el hombre rompe en un llanto tan inconsolable que cada hierba, hoja, y pétalo del jardín parece estremecerse. Hasta las estrellas parecen haber encogido.

(Muerta)

El hombre que ha venido en la noche más bella, está sentado en la fuente con las manos crispadas sosteniendo su cabeza. Los hombros se encogen con cada nuevo golpe de llanto. Arde su frente, se siente enfermo, pero no lo está. Es la “enfermedad” que dicen que no existe, la que lleva a una muerte que dicen imposible: La pena. 
“Pena...pena”...un eco tras sus lágrimas. Ahora los dedos de sus manos se unen para cerrarse en un puño, las uñas se clavan en la palma de las manos. Inclina la cabeza hacia atrás y su cara brilla bajo la noche estrellada por el torrente de lágrimas que acaba de derramar. Tras fuertes respiraciones los sollozos se calman. Pero tan solo necesitan un par segundos para convertirse en los bufidos animales de la rabia. Una rabia que esconde el alma del odio.

El hombre golpea con sus puños la fuente con tal fuerza que podría haberse roto las manos. No siente dolor alguno. Es difícil sentirlo cuando el corazón está destrozado y no ha tenido la consideración de arrastrarte a la tumba. El hombre se incorpora de un salto y comienza a caminar con las manos aun convertidas en martillos. Sus grandes zancadas resuenan entre los muros del jardín y la tierra se alza en una polvareda que la luz de la luna convierte en polvo de diamante. Pasea raudo, sin dirección. Se detiene y gira sobre sus pasos. Habla entre dientes, es difícil entender lo que dice. Es como el desvarío de un loco, pero este hombre no está loco.
Al menos aun no.

(Muerta)

Siente fuego en sus entrañas, un dolor abrasador que vacía su cuerpo. Llamas que devoran cuanto tocan para no dejar ni las cenizas…tan solo nada, una oscuridad plena, un hueco que duele y cuyo epicentro era aquel lugar que latía con tan solo mirarla. Su nombre, el de ella… junto al suyo…ambos enlazados con líneas grabadas con la punta de una piedra.

El hombre se para en seco. Una vez más parece formar parte del mismo jardín. Una estatua de ojos abiertos como abismos negros, detenida para siempre sobre las olas del tiempo. 

("Enlazados") 

Se gira hacia la fuente, los dedos al fin escapan de su prisión de rabia. Pero no mira la fuente, sus ojos van más allá, atraviesan la piedra como si esta fuera tan solo humo. Mira la desvencijada caseta de madera.

("Enlazados")

Mira el pequeño refugio de aperos de jardín como si en él se encontrará el secreto de la vida. Camina despacio bordeando la fuente. La antigua caseta, ahora tan destruida que solo los que la conocieran podrían saber lo que fue, parece haberse transformado para el hombre en una catedral Se planta ante ella. Solo un pequeño trecho de hierba los separa. Al cabo de unos segundos su pie derecho aplasta la hierba seguido del izquierdo. Camina hasta la pared de la caseta y sus rodillas toman tierra. Sus manos descansan en la tierra, la barbilla se clava en el pecho. El hombre parece estar rezando. La cabeza se alza como impulsada por un resorte. Mira la pared de madera cubierta de hiedra. Sus manos se convierten en garras voraces que se lanzan contra la planta trepadora arrancándola. Durante un momento casi cree oír gritar a la hiedra que tan plácidamente descansaba sobre la pared, pero es solo su imaginación, es solo su mente muda y ciega la que parece guiarle en esta noche de esquirlas de rabia y fuego frío.

(Muerta)

Vuelan trozos de hojas y tallos, sus manos están pegajosas por la savia. Y entonces las yemas de los dedos rozan aquello que buscaba. Se aparta un poco para que la luz de la luna le dé una mejor perspectiva. Sobre los tablones mohosos aparecen dos nombres rústicamente grabados. El de ella y el suyo. Rubricados en una sola línea que los une. Enlazados en una filigrana convertida en una única firma. Dos nombres convertidos en uno solo...en un solo latido. Acerca su rostro lentamente hacia la madera. Mira el nombre que antaño era el motivo de su respiración, de su alegría. Se aproxima a él como el amante que una vez fue, quiere besarlo, una vez más…tal vez así...puede que así...

Y vuelve a ver. Esta vez a ambos tumbados en el mismo lugar donde ahora sus rodillas besan la tierra…abrazados…enlazados…en mitad de la noche...susurrando palabras amorosas…sonríen…y se sienten renacer…son el centro del universo…no existe dolor en el mundo…su amor ha acabado con él. Las manos del hombre recorren las mejillas de la mujer, no hubo jamás creyente que acariciara con tal devoción imagen alguna. Sobre la hierba ella se queja de una piedra en su espalda. Él la busca, la coge, e incorporándose escribe con ella sus nombres sobre la pared de madera. Ella ríe, y cuando el hombre termina su obra le espera con los labios encendidos tras un "Te Amo" que sabe a agua fresca tras una sed eterna y reconforta como un lecho cálido de plumas.

(Muerta)

"Te amo". El hombre por fin aparta los labios del grabado sobre los tablones. La mano derecha se desliza sobre las rústicas líneas y esta caricia tiene el sabor de un adiós. Tanto que las pocas lágrimas que le quedan parecen querer robarle el último trazo de cordura.
"¡NO!" grita en el silencio y el jardín se estremece. "¡NO!", vuelve a gritar y el susurro del agua enmudece. El hombre se vuelve apoyando la espalda contra la pared y rodeando con sus brazos las rodillas encogidas. Desde aquí contempla el jardín casi en su plenitud...Y recuerda…recuerda…y con en sus recuerdos se encoge cada vez más…y más...
"Allí…en aquel banco..." (Cuando las manos de ambos adquirían voluntad propia y las caricias eran su único alimento...)
"Las flores....el ramos de flores robadas" (Junto a la cancela de hierro él escondía a su espalda un hermoso ramo que ella, entre risas pícaras, luchaba por ver antes de tiempo)
"En el camino...cuando..." (Le tomó la cintura para bailar un vals cuya música solo ellos podían oír y girando y girando recorrieron cada sendero del jardín)
"Te amo...Te quiero...Te amo tanto..."

El vacío es total cuando el hombre se incorpora al fin. Su ropa está manchada de tierra y briznas de hierba se han quedado adheridas a ella. Camina hacia la fuente, despacio, muy despacio. La luna ha vuelto a hacer brillar las lágrimas que caen sobre sus mejillas. Hunde las manos en el agua para limpiarse de barro y savia...Las seca sobre el pantalón lentamente mientras sus ojos, bajo la luz de plata, se muestran huérfanos de sueños e ilusiones. Sus pupilas están ya muy lejos, un “más allá” donde la vida se ha partido en dos. Un lugar donde las luces son sombras y los sentidos tienen un nombre mudo que no se nombra. 
El Vacío. 
Mira la cancela del jardín y hacia allá se dirige. En el umbral su silueta se recorta una vez más y cuando sin mirar atrás su mano izquierda cierra lentamente la verja, esta no protesta con un chirrido...está muda.

(Muerta...muerta…...Ojalá ella estuviera muerta)

El hombre se marcha y en el último jardín tan solo se oye el susurro del agua, mientras sobre la vieja pared de la caseta…vuelve a crecer la hiedra.

viernes, 7 de diciembre de 2018

Tiza




He despertado a la mañana, cuando aún estaba muda de colores. Solo las caricias del aire, que ya traía perlas de espuma de mar, han conseguido desvestirme de los últimos restos del sueño.

Son estos los restos del naufragio de mi despertar. Pensamientos que son maderos flotantes, teñidos de una deliciosa sinrazón.
Se mecen en el vaivén de mi mente perezosa, esa mente que desea volverse a anclar en la fresca calma de tu almohada...

En esta tierra fértil que yace tras mis ojos, en ese lugar que muchos dicen admirar, ha aparecido flotando entre los rescoldos de mi sueño un madero...y en él escrito con tiza la frase "YA NO PUEDO MAS"...

He dejado que mi boca la susurrara provocando una grieta en el silencio del amanecer: "...ya no puedo mas..."

Imaginé entonces que volvía a sentarme en las orillas de tu cama..sintiendo tu calor, escuchando la respiración pausada de la marea de tu sueño. Acariciaba tu espalda y mis dedos se han llenado del deseo de no salir de allí, de quedarme para siempre arrebujado en ti, de convertirme en el YO mas puro, ese que se siente como la fantasía mas real...

Una tiza..."Ya no puedo mas".
Una tiza.
Un jeroglífico de sencilla resolución, pues tras despertar de este sueño, he visto que allá donde cada día voy,  en ese lugar a donde cada día regreso...no soy mas que un pequeño trozo de tiza..

Dibujo mis pasos en una extraña y ajada pizarra a la que no entenderé jamás...y cada trazo me consume, cada segundo un poco más.

Voy dejando mis huellas...y aprieto mas y mas fuerte.... pero...que inútil es este esfuerzo...
Sé que de mí tan sólo quedará un recuerdo de polvo blanco...y su nombre se disipará flotando ante un rayo de luz...

Soy una tiza, y ya no puedo más..
¡Si yo tan solo quiero escapar!...
Volver a ese lugar...
Ese lugar donde me convierto en pluma y tinta para luego volverme martillo y cincel...para dejar huellas sobre la tierra de este mundo que ni siquiera mi muerte borrará...

Para que nunca me olvides...

Aun no he salido de este lugar y ya espero volver...Pues aquí no me desgasto, no me consume el tiempo ni me esclavizan los pies...

Aquí soy yo, y eso bastaría para comprender...

Pero allá donde voy...
Soy una tiza...
Y Ya No Puedo Mas